Airbag, Plaza de la Música 13 de julio (Córdoba)
No es una banda del montón
Por Julia Matar
Allí estaba junto a todos los presentes, en un mismo espacio, en un mismo campo. Nuestra tan querida Plaza de la Música ofrece una distribución común al público, una oportunidad de mezclarse y vivir la experiencia erguidos sobre los pies y rozando las pieles. La experiencia comienza estando rodeada de adultos, algunos más jóvenes que otros, pero adultos al fin; de esos que prefieren la tranquilidad del fondo o la seguridad del espacio personal. Pero la euforia del momento es más fuerte que mi estado físico, así que a medida que pasa el tiempo me encuentro cada vez más cerca del escenario; y es ahí donde me encuentro con lo que usualmente acostumbro en los recitales de Airbag: pendejos que rondan los 20, 21 como yo.
No fue una noche más, no fue un recital más. Porque el contexto y las circunstancias me llevaron a pensar algo que hoy me permite concluir lo siguiente: Airbag no es una banda del montón. Y a continuación me voy a dedicar a explicarlo un poco mejor.
Es de público conocimiento que este grupo existe hace años. Relegada en la industria por no ser lo suficientemente rockera, lo suficientemente masculina, que nomas hace música para chicas. Una banda consolidada profesionalmente en 2004 y que recién a inicios-mediados de 2024 comenzaron a tener el reconocimiento merecido. Entonces me pregunto, ¿por qué ahora la pegaron tanto? Y es que estamos atravesando una crisis a nivel país, una de tantas. Una crisis musical, de talentos, de visibilidad. Nuestra industria se ve corrompida por lo comercial donde los ritmos urbanos pobres y de mala calidad abundan. Es culpa nuestra como consumidores que le damos cabida a cualquier cosa. Porque si nos remitimos a los hechos, los Sardelli hacen la misma música que siempre hicieron, con variedad de tonos y matices, pero sin dejar de lado su esencia. Por eso es que en esta época del vacío necesitamos de más airbags que amortigüen el choque y la caída hacia el abismo de la superficialidad.
El 13 del mes pasado fui a este espacio cordobés que abraza la llegada de muchos artistas y que hasta ahora es mi favorito para ir a shows. Las calles que la rodean, el río enfrente, los vendedores que ocupan las veredas de las manzanas más cercanas; ese cuadro de la Plaza de la Música y su naturaleza sustancial la hacen única ante los ojos de cualquier pueblerino como yo.
Me tomo el atrevimiento de hablar por un amplio número de personas que me van a bancar esto: los recitales en espacios chicos tienen otra magia. Les pasan el trapo a los estadios multitudinarios. Emanan sensación de intimidad, de suerte y exclusividad. Como si unos pocos fuéramos los elegidos para presenciar lo que fuera a acontecer. Y un poco es cuestión de fortuna, porque Eden Entradas se encarga de hacernos sufrir con su desorganización e improvisación en cada ocasión.
La acústica, el tamaño del escenario, la cercanía con el artista; son solo algunos de los elementos que conforman esta magia que ofrece un lugar para aproximadamente 6000 personas. Y digo esto habiendo estado en River hace unas semanas viendo a esta misma banda.
El show, con pocas diferencias a este último sucedido en junio, se adaptó a la perfección a las condiciones de espacio y distribución. La función dio inicio cuando comenzó a sonar una sirena de alarma fusionada con la resonancia de un órgano, y a los pocos minutos, con los Sardelli ya sobre el escenario, esa alerta es confirmada por un rugido violento que hace vibrar a la Plaza. Jinetes Cromados sigue encabezando el setlist como aquel junio de 2023 que los vi por primera vez, lo cual me deja con ganas de contemplar el efecto sorpresa.
Hay elementos personales únicos que repiten en sus shows y este en la Plaza no fue la excepción. Por un lado, unas pelotas rojas con una calavera en el centro que son arrojadas en distintos sectores del público y que nosotros vamos pasando. Sobre el escenario se encuentra un gong bastante grande que en alguna chance el Sardelli menor, Guido, suele tocar, pero que en esta ocasión no lo hizo. Y mi favorito: el Frankenstein inflable que antecede a Motor Enfermo.
Toda banda tiene su propio ritual o momento que lo caracteriza y que se atesora en cada presentación, ya sea privado o con la audiencia. Airbag tiene el ritual de “Colombiana”, donde las chicas se suben a hombros de alguien y se sacan la remera y/o el corpiño. Las luces rojas acompañan esta acción y tal vez es eso lo que las envalentona. Eso o la adrenalina de desnudarse frente a tanta gente. Durante “Cae el sol” el Sardelli del medio, Pato, hace un monólogo durante el tema en el que siempre repite las mismas palabras, más o menos. Esa noche en Córdoba dijo algo sobre los tiempos malos, sobre refugiarse en quienes queremos y en la música, que nunca estamos solos etc etc. Un discurso motivador. Lo agrego a la lista de cosas que cambiaría.
El setlist parece estratégicamente escogido para que la intensidad y la energía se distribuyan de la manera más pareja posible. Un par de canciones más pesadas, que invitan al salto, el movimiento, la violencia. Después de eso meten alguna balada más tranquila. Las instancias de mayor descontrol fueron sin dudas durante el inicio cuando suena Jinetes Cromados, durante Huracán (especialmente su introducción), y Kalashnikov hacia el final para terminar el setlist. Si cierro los ojos todavía puedo oler la cerveza que volaba y caía sobre mi ropa.
Las luces son un ingrediente que no falla, sus colores se unifican con acierto a las canciones. El azul de Vivamos el Momento va de la mano con los lentes que Guido se pone para dar paso a una intro que suena enteramente limpia. El tinte rojo de la iluminación que advierte el crujido de las guitarras que insinúan peligro, sensualidad, amor, e incluso ira al ritmo de Huracán, Colombiana, El Hombre Puerco, por mencionar algunas. El verde que abre paso a un momento vibrante de la noche, cuando el bajo del mayor de los hermanos, Gastón, suena con estruendo y precede el ritmo de Kalashnikov con unos gruñidos de Guido antes de entonar la letra.
Pero más allá de los aspectos técnicos o visibles, hay cosas que pueden palparse en el aire, que se reflejan en la energía común de todos los convocados; el disfrute se siente y se hace presente de inicio a fin. Los Sardelli contagian su placer, su alegría y su picardía, lo que denotan sus miradas y sus gestos. Tres hombres disfrutando de la música como si se encontraran practicando en su garaje, con la diferencia de la técnica y los años que dieron sus frutos. Por un momento se siente la intimidad; y en vez de hombres podría decir tres chicos, tres pibes de Torcuato. Suena La Partida de la Gitana y no se puede evitar imaginarlos como adolescentes a la perfección, y de pronto todos podíamos oler la adolescencia en la Plaza y sentirnos como adolescentes mientras saltábamos adolescentemente.
Hasta tuvimos a Gastón, el Sardelli tímido, cantando, no solo una sino dos veces. Primero un himno de rock and roll de Chuck Berry, aquella tan icónica Johnny B. Goode, que le fue como anillo al dedo. Y luego hacia el final, entonando algunas estrofas de Por Una Cabeza, la cual suena cuando se termina el show y Airbag se despide de su gente. La tonalidad aguda de la voz con la armonía fina del violín se acoplaron como las dos últimas piezas de un rompecabezas. Cierre mágico.
Así terminó la presentación y mientras salía por la puerta del costado del lugar y olía el humo de los choripanes que nos esperaban fuera, el regocijo me llegó a la mente como un estado que superó mi conciencia, me sentí despierta, me sentí viva. Qué linda es la música.

