Pablo Matías Vidal, 23 de agosto de 2025 en Don Cipriano (La Plata)
Un gesto cotidiano
Por Camille Rodríguez Meza
Los fines de semana se transformaron en un respiro mental de la vorágine diaria que acelera los meses como si fueran días. Dormimos hasta que el cuerpo se despierte solo, bajamos el consumo de noticias, los tiempos se vuelven más laxos, dejamos perdido el celular en algún lugar de la casa y si el clima nos permite le regalamos minutos al sol o simplemente detenemos la neurosis en alguna actividad doméstica.
En La Plata los fines de semana se sienten más tranquilos aún, si bien está a cincuenta minutos de la metrópoli del país, de jueves a sábados regala una innumerable oferta de actividades culturales para recorrer. Para muchos, la capital bonaerense es un lugar con poco brillo y mucho aroma a pueblo (o a tilo si estás en la época indicada), o un pantano maldito fundado por masones que cosechó muchas bandas y artistas que más allá del éxito eligieron huir en búsqueda del reconocimiento que ofrecen las grandes marquesinas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Pero para otros La Plata es el mejor secreto de quienes la saben habitar, construye un vínculo identitario con la cultura que no se encuentra en cualquier subterráneo y te incluye como local aunque vengas desde cualquier márgen del país.
Don Cipriano es una pequeña librería de la ciudad que alguna vez vendió libros usados a precios muy accesibles y con el tiempo se dedicó a ser una biblioteca para sentarse a leer títulos con ediciones que ya no están disponibles para la venta. Se transformó en un rincón de resistencia que le permite al lector detener el tiempo en una historia, sus mesas huelen a un recuerdo de más de treinta años que supo ver crecer el mundo por su ventana mientras sumaba más libros a sus estanterías. El sábado a la luz cálida de la lectura nocturna se le sumaron dos protones led que miraban a un escenario vacío y cambiaban sus colores según la escena junto con un cartel de neón que decía “MICHIGAN”, el nombre del último disco de Pablo Matías Vidal.
En este minúsculo reducto platense cercano a la estación de trenes sube al escenario un hombre con un vestuario que mantiene la formalidad de un docente de literatura en composé con el espacio que lo contiene, o bien podría ser un arquitecto, en este caso de canciones. El Mago, como lo llaman sus amigos, tiene la capacidad de dejar a todos en silencio en el instante previo a que salga su voz, crea un ambiente que sostiene la respiración hasta cantar la primera de sus historias. En sus composiciones los relatos son películas fantásticas de situaciones ordinarias con melodías folk rock. Como si hubiese podido sintetizar en canciones un film donde Jeff Tweddy, Elliot Smith, Noel Gallagher y Jaime Ross juegan al truco con un viejo disco de Estelares de fondo, parece pretencioso pero hay más fantasía de lo que uno puede creer porque también juega el adn del cantor rioplatense que no le canta al mundo sino a sus contemporáneos, a la gente que se cruza en la calle, en otros recitales, en el trabajo, a los amigos del barrio de la infancia. En el público del Mago Vidal hay senderistas del relato mundano.
En las mesas que componen esta biblioteca concert (una versión platense del Tiny Desk) se pueden ver algunos artistas regionales que siguen su obra y que, en el momento dado, subirán como invitados en algún tema, pero más que nada hay docentes, psicólogos, arquitectos, artistas plásticos, gente de oficios y otros trabajadores que se ven interpelados por las canciones que sienten que van dirigidas a ellos.
El Mago presenta su show con nombre propio pero siempre está rodeado de varios músicos que componen el historial de bandas que integró: Los Valses, Los Amorosos, Niños Knöll y Orquesta de Perros (entre otras que seguro figuran en algún rincón del viejo internet). MICHIGAN, su reciente disco, es una selección de canciones folk inéditas que en 25 años de oficio no tuvieron otro destino que construir el rompecabezas de una ciudad que más que un punto en el mapa estadounidense es un mantra gracioso de “pavadas sagradas” que repite el autor cada vez que se manda alguna torpeza.
En el inicio de su repertorio suena Toallas, una oda al placer de apilar toallas de colores bien dobladas. Hay algo en la hipnosis del quehacer diario que marca un sello en la obra de Vidal, como si el presente de esa rutina ayudara a detener cualquier noticia sobre la devaluación, represión o muerte que nos aplasta mientras esperamos la cena en la rotisería del barrio. Particularmente una de las canciones del disco describe esta misma escena con un tinte de comedia absurda.
Si uno busca al Mago en redes no se va a encontrar con un influencer de estrategias musicales o un servidor de los medios de comunicación digital pero sí en su biografía hay un resumen de su obra: “compositor de canciones” sin más, y qué canciones. Uno de los temas del disco que construye la imagen del cancionista en cuestión que sobrevive al día a día es Días tan POB. Musicalmente tiene un tinte de saeta que bien podría sonar en la inmensidad de la catedral del centro de la ciudad, donde a cada campanazo alimenta progresivamente la idea de esforzarse desde lo propio para no sucumbir ante el fracaso de elegir estar vivo siendo humano en un mundo tan plástico. El tema en cada verso apuñala una verdad, la estrofa “trabajo para creerme que estoy adentro y sirvo de algo, nocivo es estar vivo y aún así me muero por seguir…” entra como una daga en cada obrero de la administración pública que condimenta su show con una pre pizza recalentada y un vaso de vino que ofrece el local.
El disco tiene fotografías de otras épocas, historias de vidas pasadas y algunos covers que se remasterizaron en su interpretación, tal es el caso de Buenos Aires New York de Don Lunfardo y el Señor Otario, un merecido homenaje a la poesía de Luciano Angeleri que grabó junto a El Tío Valen, un artista platense jovencísimo, trovador de muchos géneros y que se encontraba presente pero en esta oportunidad quien se sube a cantar es Bruno Pizzorno (de Los Amorosos), un artista de Rauch que vive hace años en La Plata y es co-compositor de algunas canciones del nuevo repertorio de Vidal.
Más allá de pintar una romántica lectura de la existencia o de su voz, que abre un fascículo nuevo en el tinte vocal de la ciudad, el Mago se aleja de la solemnidad cuando escribe. Sus canciones tienen mucho relato picaresco de una vida trazada por las anécdotas con amigos, amores temporales y una fantasía alimentada a películas de cine shampoo de los ochentas. Así se recuerdan los hits de discos anteriores como Irene III, Paul McCartney con Ramiro García Morete como invitado (de Las Armas Bs As, Las Estrellas y Miro y su Fabulosa Orquesta de Juguete), o Colmillos y Los Polacos con Santiago Peri (de Los Valses), un guitarrista que bien sabe mezclar los Guns N’ Roses con Los Rodríguez y muchísimo consumo musical noventero. Estos dos últimos temas y el hit Cara de Pato pertenecen a Orquesta de Perros, una de las primeras bandas del Mago que tenía tanto acento folk que parecía salida de una película rutera yankee.
El repertorio estricto del nuevo disco sonó a la perfección, hubo un tema nuevo aprobado por ovación y varios bises fueron coreados por el público como si fuera un duelo de canciones de cancha en una de las ciudades más futboleras del país pero la gente se niega a irse aunque las bebidas agotadas y los horarios del lugar invitan a la expulsión. La memoria emotiva y la idea de estar frente a un artista que traduce tan bien lo que uno piensa en poesía y melodías que inventan nuevas tonalidades en las palabras le devuelve la velocidad cotidiana a las cosas que se disfrutan, lo placentero suele ser efímero. El tema final es desgarrador, Pablo Matías Vidal vuelve solo con su guitarra acústica y toca No tiene nombre, la última canción de su disco del 2013, Jimmy Jimmy Cesc Fàbregas Band. Si no fuera porque vivimos en una pequeña ciudad bonaerense que no es el primer destino turístico de los grandes artistas internacionales diría que en alguna visita de The Strokes, Julian Casablancas tomó nota de esta melodía para terminar de componer Ode to the Mets, el último tema del disco The New Abnormal, la comparación musical es inevitable.
El recital termina y el Mago inicia un diálogo con cada uno de los que fueron a verlo con una naturalidad casi alejada de la idea del artista, con un gesto cotidiano admirable como cuentan quienes vieron en vivo a Charles Bradley en algunos shows íntimos y no podían creer su actitud tan humana que lo impulsaba a saludar y agradecer a cada espectador. El Mago Vidal que, para quienes seguimos su obra, es uno de los mejores compositores rioplatenses, también trabaja haciendo minifletes, como un superhéroe de la canción que esconde su traje detrás de un oficio insospechado. La noche aún promete varios planes, no es ni muy tarde ni tan temprano, tengo el deseo de que el fin de semana no termine nunca, aunque la rutina ya no me parece algo para romper o escapar. Vuelvo con la convicción de que, en esta ciudad fantástica, resta salir de la casa para entender que son más las historias que se revelan que las que se esconden.

